Ante la pandemia del Coronavirus, la crítica feroz de la derecha hacia los gobernantes de hoy ha cobrado formas y tonos inauditos.

I

¿Habría razones para suponer que, por su grado de letalidad, la pandemia del Coronavirus se convertirá en la peor crisis humanitaria, sanitaria y de salud de la época moderna? Aún es difícil saberlo, pero los cerca de 100 mil decesos que hasta ahora se registran se encuentran lejos todavía del millón cien mil y del millón de muertos provocados, respectivamente, por las pandemias de influenza de 1957 –A (H2N2)– y de 1968 –A (H3N2). Ni qué decir, pues no hay base para la comparación, sobre los 50 millones de seres fallecidos por una pandemia similar –influenza A (H1N1)– en 1918-19, mortandad que se “mezcló” con la de los 30 millones de cadáveres que fueron estadísticamente sembrados por la Primera Guerra Mundial.

Pero más allá de cuáles sean los datos duros que al final de la pandemia registre la estadística, lo cierto es que no podremos saber en realidad cuál será la “letalidad global” que el Coronavirus provoque en el planeta; porque, por las razones que veremos, los “daños derivados” que aparecerán en el actual escenario del globo serán sin duda exponencialmente mayores a los que se hayan conocido hasta el presente.

II

La diferencia de tiempos resulta en este caso esencial para entender la exponencialidad de los llamados “males derivados” en el impacto del Coronavirus. Porque si en 1918 –y no se diga en 1957 o en 1968– ya vivíamos en “la modernidad”, lo cierto es que en aquél entonces lo que pudiera llamarse la mundialización del mundo aún estaba en pañales.

Hiroshima y Nagasaki fue apenas una clara señal de que “ahora sí” la Tierra era un espacio global. Pero la mundialización del mundo (la verdadera globalización) abrió su curso galopante sólo en los años que siguieron: con los cambios técnicos que desterritorializaron la producción industrial y comercial y permitieron una trasnacionalización de procesos de trabajo segmentados y manipulables por nodos operacionales y de gestión basados en la cibernética y en la centralización de poder del capital financiero internacional (el poder de poderes, en la nueva era); y con el alcance de la meta máxima en los niveles de conectividad y comunicación a la que cualquier ser humano pudo llegar a aspirar, con la comunicación universal “al instante” o en “tiempo vivo”, el descubrimiento y manejo cada vez más sofisticado del Internet y la producción popularizada del celular.

Estos y otros elementos ciñeron al mundo con sólidas cadenas de interconexión que generaron algunas de sus grandes fortalezas, pero lo hicieron sumamente frágil en lo que ahora el Coronavirus nos demuestra: la letalidad de la pandemia (en su sentido más amplio, no sólo por el contagio) se vuelve exponencial por la interconectividad humana –y la velocidad de dicha interconectividad– que tal proceso implica en sus actuales esquemas de reproducción (de la reproducción humana, dentro del ámbito de la reproducción mundial del capital).

Hoy podemos decir, con Shakespeare, que el mundo actual del capital “se ha salido de sus goznes”, generando procesos destructivos o transformativos que, además de los males directos provocados por los contagios en cadena llevarán al desempleo, a un incremento sin precedentes de los niveles de pobreza, a muertes por hambre o por enfermedades “secundarias” (no atendibles por las urgencias de atención que impone la pandemia), o a la desarticulación y debilitamiento –para bien o para mal, aún no lo sabemos– de los sistemas políticos y culturales sobre los que aún domina el tiempo-horario del reloj dccidental.

III

Según los cálculos de la OIT, el brote del Coronavirus “podría destruir hasta 25 millones de empleos” en el mundo, más que los que pudo destruir la crisis mundial de 2008-2009. Pero el efecto negativo implicará también un “aumento exponencial del subempleo” y una “pérdida de ingresos para los trabajadores” que podrían situarse entre los “860 millones de dólares y los 3.4 billones de dólares a finales de 2020”. (Aristegui Noticias, 18 de marzo).

El pasado 8 de abril, para el caso de México, la Secretaria de Trabajo y Previsión Social dio a conocer, con datos del IMSS, las bajas en el empleo provocadas por el Coronavirus: entre el 13 de marzo y el 6 de abril se habían perdido 346,878 puestos de trabajo (el registro aquí es sólo del “empleo formal”).

Pero ¿qué cuentas pueden hacerse si se considera el impacto que el Coronavirus –y la parálisis generalizada a la que ha llevado– tuvo en esos mismos días sobre los “empleados por cuento propia” y sobre los trabajadores del “sector informal”? La estadística no puede dar cuenta del fenómeno, pero basta un vistazo sobre el terreno para percibir cuál es o cuál puede llegar a ser el infierno al que conduce para muchos –para la mayoría, si consideramos sólo indicadores de “pobreza”– el camino de la crisis “más mundial” que se haya vivido a lo largo de la historia.

IV

¿Qué hacer? Existe la tendencia de dejar al gobierno federal toda la responsabilidad en torno al manejo de esta crisis. Pero, además de lo que está haciendo el gobierno de la 4T, sectores la sociedad civil y multiplicados núcleos populares ya están buscando laboriosamente vías de defensa y de salida.

Parece sin embargo que, entre tanto ruido y tanta inquina –la crítica feroz de la derecha hacia los gobernantes de hoy ha cobrado formas y tonos inauditos–, un sector específico de la población no está colocado en el lado justo del campo de batalla: hablamos de aquellas empresas que, en palabras del propio López Obrador, “sacan raja” de la crisis sanitaria para correr empleados y llevar a cabo procesos de cambio en río revuelto, buscando basarse en el outsourcing y perfilando “transformaciones modernizadoras” del proceso laboral.
No es casual entonces –también es estadística – que el 66% de las bajas laborales que han sido mencionadas se hayan dado en empresas de más de 251 empleados, contabilizando el 25% de las mismas bajas en empresas con más de mil trabajadores (se trata pues de las grandes empresas).

¿Serán estos, en lo nacional y en lo internacional, indicadores de que el conflicto universal empieza a adquirir otra dimensión, enmarcada entre los que quieren mantenerse en el rango de “el 1%” –los más ricos de los ricos– y entre los que simple y llanamente luchan por la vida? (el 99% del planeta). Esta lucha ya se ha desplegado en los últimos años con cierta virulencia y se ha manifestado de muy distintas formas. Pero el Coronavirus llevará sin duda este conflicto a su máxima intensidad y a su más nítida expresión.

Se aceleran entonces los tiempos para que la biopolítica desplace a la política-política y asuma en definitiva los niveles de mando.

Fuente: Aristegui Noticias

Texto: Julio Moguel


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