El coronavirus muestra la versión más descarnada y extrema de cualquier cosa. También certifica lo que el feminismo hace tiempo que explica, muestra y teoriza, que lo personal es político y al revés, y que lo más importante del mundo son las tareas de cuidado. Son las que sostienen y mantienen la vida; la salud, la higiene, el bienestar de los cuerpos; todo. (Se está viendo con la pandemia, ¿quién se ocupa de ella y la mantiene a raya como puede, o se preocupa de que no sea una ola que se lo trague todo?, el personal sanitario. Por cierto, en un 70% femenino; dato que se invierte si miramos quien lo dirige: un 70% masculino.)

Materia para otro día porque estas líneas se dedican a las tareas de cuidado en las casas (personales, privadas, pero políticas).

Hace mucho tiempo, un profesor de instituto muy joven explicaba a un grupo de colegas que acababa de comprarse un piso. Decía también que no se equiparía la cocina, que ni siquiera se pensaba comprar la lavadora, porque como que su madre vivía muy cerca, «le» (nótese el dativo ético o de interés) lavaría la ropa (y «se» la plancharía, se supone) y que cada día iría allí a comer y a cenar.

A continuación añadió satisfecho y orgulloso que era un auténtico desastre para las tareas del hogar, que no sabía ni freír un huevo, que era incapaz de prepararse el desayuno, lavarse una camisa… Que no sabía hacer nada de nada. Ya en aquel momento era patético y daba mucha grima que alguien considerara virtudes una incapacidad y una impotencia tan grandes, así como declararse en estado de inutilidad.

(Viene a cuento el caso de una mujer sospechosa de tener el coronavirus. Cuando ya no pudo valerse por sí misma, reclamó que fuera a cuidarla además del hijo también la nuera, con lo cual duplicó la posibilidad de contagio. ¿Se replanteará algún día la mala educación que dio al hijo? ¿Cuando termine la pandemia, se seguirá pensando que no hay que enseñar a niños y a chicos a realizar las tareas de cuidado?)

Porque estamos hablando de autonomía y de independencia personales. Por una vez en la vida, lo de que cada crisis es una oportunidad quizás sea verdad y hay hombres que pueden aprovechar el confinamiento para alcanzarlas y aprender un montón de cosas. (Vaya por delante que conozco a un montón de hombres que saben cuidar de sí mismos y de quien les rodea, hablo, por tanto, no de los hombres sino de una parte.)

Aprender que las sábanas no se cambian solas o que las toallas (y los trapos de la cocina) no van por su propio pie al lavadero o que el suelo y los cristales, o los lavabos, no se autolimpian. En definitiva, que poner lavadoras y todo lo que cuelga es perfectamente asumible pero necesita atención, cierta previsión y una determinada actitud: pensar en ello y no dar por hecho que alguien ya lo pensará por ti. Que cocinar no es hacer un plato épico y heroico de vez en cuando, sino el pan nuestro de cada día; que aprender a cocinar, sobre todo a algunas edades, no consiste en cocinar exquisitas perdices con hojas de col o canelones trufados, sino asegurarte la subsistencia (y una vez más la independencia) a base de platos sencillos, posibles y cotidianos.

Con el tiempo, aprender a prever, equilibrar, planificar, recoger todo tipo de migas… Pensar autónomamente. Saber, en definitiva, que el cuidado personal funciona como el lavavajillas: en el mismo momento en que acabas de sacar los cacharros limpios, empieza el siguiente lavado; la vida también es así.

Mujeres, tened paciencia (eso sí, la justa: ni un gramo más ni un gramo menos) si de momento no se saben apañar y son torpes. A la arraigada costumbre de no renunciar a un privilegio (que en casa te lo hagan todo), se suman siglos y siglos de sexismo y misoginia que han metido en la cabeza a algunos hombres que no son capaces de abordar tareas domésticas o que si las realizan sus atributos se atribularán. Es posible que ello, de momento, les bloquee y puedan pensarse que son inútiles para aprender según qué.

mujer. || de su casa. La que tiene gobierno y disposición para mandar y ejecutar los quehaceres domésticos, y cuida de su hacienda y familia con exactitud y diligencia.

En ediciones anteriores todavía era más exigente y añadía «mucha».

mujer. || de su casa. La que tiene gobierno y disposición para mandar y ejecutar los quehaceres domésticos, y cuida de su hacienda y familia con mucha exactitud y diligencia.

En 2001, a pesar de que enmendaron la acepción y ya nadie «manda ni ejecuta», no pudieron resistir la tentación de seguir pontificando y mantuvieron la «diligencia».

mujer. || ~ de su casa. f. La que con diligencia se ocupa de los quehaceres domésticos y cuida de su hacienda y familia.

La Real Academia para definir un trabajo que no sea doméstico no entra en los «cómo» y no añade sustantivos como los anteriores.

profesor, ra. 1. m. y f. Persona que ejerce o enseña una ciencia o arte.

No se les ocurre valorar si quien realiza un trabajo debe hacerlo con diligencia o no; simplemente define la tarea. Es evidente, pues, que en las definiciones de «mujer de su casa», más que la tarea, se evalúa sobre todo la mujer que la ejecuta. Están llenas de moralina.

Si consultan el diccionario, verán que ha desaparecido, ya no consta. Hay alguna parecida, por ejemplo:

amo, ma de casa. 1. m. y f. Persona que se ocupa de las tareas de su casa.

Si incluso la docta casa considera que los hombres pueden «ya» hacer tareas domésticas, no se preocupen más. Los hombres sin duda las acometerán con éxito y adquirirán herramientas para sobrevivir y cuidar de sí mismos y de otras personas, chicas o grandes, vengan las vicisitudes que vengan.

Incluso los diccionarios se dedicaban a disuadir a los hombres, puesto que les ponían el listón muy alto. El diccionario de la Real Academia en 1992 definía así «mujer de su casa».

Texto: Eulalía Alledo


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